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sábado, 12 de diciembre de 2009

"EL ALBEDRÍO DE SAL"


"EL ALBEDRÍO DE SAL"
Hoy a casi veinte y ocho lunas de junio y seis fríos de abril, acabamos de refrigerar el último de nuestros momentos. Es cuando el sol nos alumbra de tal manera que algunos están ciegos de tanta luz. Es cuando las células de barro se dilatan haciendo la vida más holgada, más lejana, expresa de estrellas; esas y las de mar sin desmerecer ninguna, las dos alumbran el mismo recuerdo.
Era una de esas noches donde mueren estrellas en un muelle urbano de trolebus, donde nace un engendro de la maldad y la bondad; un super héroe de vida existencial dispuesto a la aceptación de una ultravioleta daga de ética alucinógena, a ser nuevo, a ciclar en ceder y amorir en canción.
Se miró con lejanía y se amputó el valor de volverse a encontrar. No solo con ella sino con el tiempo, pócima de circe, que lo hizo olvidar el recordar un mañana quizá tempestuoso, pero nunca supo que iba a llover, a veces es un va y ven de azul aguacero. Como cuando llovió la vil emperatriz de aire en sangre, de pensar en la última vez, de volver a ser y de volver a crecer. Le invadió un leve aroma a tierra húmeda labrada en sangre, bautizada con licor y veneno en carne blasfema preparada en el caldero con la saliva que se utiliza para el pecado, vestida de mentira, protegida de sensualidad y perdición al mirar sus dos ojos de medusa, las venas de piedra, el torrente sanguíneo de selva, de altamar, muerta en cera de indiferencia, una autopsia celestial para luego resucitar y decidir que es lo que se va a apostar para discutir el juego y sus reglas; como las lentejuelas de un dios fariseo condenado a competir consigo mismo por los demás.
Por el momento solo aromas se contagian y dopan los sentidos. Aire denso se respira con alfileres como las agujas de su cruel perfume de dulce muerte y vida a la vez, tierra para sembrar y tierra para morir. Pero solo el aroma es el hoy de este lúdico y trágico carnaval de hipocresía en amistad, la verdad que de la mentira brotó, la de todos en inmensa soledad, la suya ayer y la de él ahora, en esos pequeños segundos de lanzarla al mar, de escribirle con la mirada. Aquellos eran los días malditos, cuando la vida se cobra todo el humanismo del que abusas a diario. El conoce que es menester saber que el instinto es la más potente y adictiva de las drogas. No se explica cómo volvió a lo banal, solo debía acercarse pero la neblina era opulenta y cruel cual depresión que no te deja oir la luz. Sabe que lo miró con alguna neurona vagabunda que en el recuerdo todavía lo ama y añora su piel, conversa con la luna, cree que es una suerta que ella camina solo espectando y llora al saber que al caer una estrella fugaz, nace una de mar. La luna le llama la atención cuando debe distraerse u olvidar obligatoriamente en la natividad misma del recuerdo, abortando cualquier posibilidad del nuevo encuentro, en ese instante juntos, jamás volveran a ser.
Besar el frío que los envuelve lejanos, es como ver un claro de crecer callados, frente a frente nublados, hacia el mar gritando, por su voz drogados. Sal de sus ojos, sal de sus labios... Sal de sus manos.
...A la sirena canibal del viajero...

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