Archivo del blog

miércoles, 2 de enero de 2019

EL GRITO

Estoy gritando, soy el último. Hace años dejé de dibujar, es extraño porque nunca llegué a comprender bien las composiciones gráficas que realizaba en diversos momentos. Empecé dibujando personajes de historietas cuando era niño, al final de mis cuadernos o en hojas sueltas que suelen brindar los adultos para dejar a los chicos entretenidos y a la par para ejercitar su creatividad e imaginación. Recuerdo que en cierta época mi tío compró una computadora; yo no sabía casi nada de esta nueva herramienta que revolucionaría el y mi mundo. Por ser un niño todavía, no se me permitía el acceso a esta nueva herramienta sin vigilancia ni horario, es irónico que ahora esté utilizando una computadora portátil acostado en la oscuridad, pero más irónico es estar escribiendo y no dibujando. En los momentos que podía utilizar el ordenador, conocí varios programas que nutrieron mucho mis conocimientos. Cómo poder olvidar cuando por primera vez se me mostró un mapa de constelaciones junto con fotos de los planetas y galaxias, el universo mismo me daba la bienvenida al pensar infinito. El grandioso "Paint" donde traduje mis caricaturas aficionadas con mucha paciencia y tino al manejar las herramientas del programa con el ratón, lo cual era una actividad muy difícil pero me encantaba pasarme dibujando en algo que no sea cuadernos o papel. Un día de vacaciones escolares no había nadie en casa y decidí arriesgarme a utilizar el computador sin permiso. Debía abrir la puerta con un cuchillo de mesa tal cual aprendí de mi abuelo abriendo el escritorio cuando olvidó sus llaves, tuve éxito y encendí la máquina, lo repetí por varias ocasiones y descubrí más programas y juegos pero dibujar en paint era inigualable. Luego, empecé a crecer. Utilizar el computador era más complicado ahora porque, aunque suene contradictorio, se me restringía más su uso y se me vigilaba de manera diferente, con desconfianza, esto último me hizo perder el interés de probar suerte y tratar de abrir nuevamente la puerta para seguir explorando en la pantalla. La desconfianza es natural; quienes somo adultos comprendemos y conocemos nuestros errores pasados y preferimos no dejar a nuestros hijos exponerlos a ellos aunque a veces traigan consecuencias positivas para el desarrollo como ser independiente. Cuando ingresé al colegio, ya en la adolescencia, retome la práctica de dibujar en las últimas hojas de mis cuadernos pero esta vez ya no me identificaba con caricaturas o historietas, era algo más orgánico de cierta forma, daba libertad a mis manos más que a mi idea, es decir, no tenía un fin o una concepción clara de que estaba dibujando, en muchas ocasiones los gráficos terminaban en tribales sin sentido pero agradables de apreciar y en otras se transformaban en paisajes, rostros, escenas o como me gusta interpretar, nacían. Me sentía muy bien de poder construir una idea de la nada, me sentía identificado con lo peculiar, con ese tipo de personas que poseen algo más que no se puede definir a simple vista, algo que necesita ser descubierto y cuidado. Pasaron los años y adquirí nuevas habilidades a parte de lo ya mencionado que nuevamente quedó replegado en el desinterés de la juventud, ahora buscaba nuevas experiencias y sensaciones. También me olvidé de las computadoras y para ser sincero al descubrir que podía dibujar de esta manera me dejé llevar por varios años por el pensamiento de que la tecnología era alienante y corchaba la inspiración o la creatividad natural del ser humano, idea que ahora se ha transformado en un pensamiento más maduro en el que acepto la tecnología para pulir mis creaciones. Fue así que inevitablemente reconocí la computadora. Esta vez era ya un joven adulto y el ordenador no se quedaba atrás, había crecido junto a mí sin darme cuenta, sus herramientas eran ahora más sofisticadas y se podían intercambiar ideas en el instante desde cualquier parte del mundo al compartir la imagen. Me perdí, esa contradicción de crecer me dejó vacío en muchos momentos. La información era como ver el programa de las constelaciones; asombrosa e infinita, el mundo dejó de estar oculto y todos pudimos sentirnos conectados por primera vez. Aprendí a ilustrar en la pantalla con un programa que me ofrecía muchas opciones para improvisar, y así lo hice, improvisé, no estudié ilustración, jugué como cuando era el niño que abría la puerta con un cuchillo y empecé a crear. En este momento vivo conflictos muy duros de ser adulto y recordar esto me deja perplejo, hoy en día las diferencias por la igualdad se hacen más fuertes, la injusticia y la justicia han cambiado de rostro para el beneficio de las mismas cabezas, decir algo sin pensar un millón de veces para no herir las susceptibilidades de moda está casi prohibido, parece la nueva edad media, y no estoy dibujando. Digo esto porque al dibujar ya con criterio adulto pero bajo el precepto de la improvisación, me di cuenta que mis amados dibujos dicen más de lo que yo mismo puedo explicar, concreté que eran un tipo de pareidolias, las cuales experimentamos cuando vemos las nubes, el techo o los muros y encontramos imágenes en dichos lienzos que se prestan para la imaginación, eso está sucediendo, la vida se está convirtiendo en una pareidolia, cada uno la interpreta como quiere pero lo triste es que varias personas solo ven lo que otros afirman ver. Para concluir este grito, tengo otra teoría de mis gráficos que la comparo con un tipo de psicografía, no se realmente si vendrán de este espacio-tiempo, tal vez sean mensajes o enlaces de un mundo al que todavía no tenemos puente o acceso, un lugar donde hay que descubrir, exactamente lo que ahora necesita el mundo, algo nuevo que no esté condicionado a leyes o caprichos sociales para preponderar sobre otros, un mundo que transforme para bien el nuestro, un mundo donde veamos con sorpresa y alegría las novedades como cuando un niño pudo conocer cómo era el universo en imágenes y lo pudo gritar y dibujar.