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viernes, 16 de julio de 2010

EL DIBUJO Y SUS ALAS


Cuentan que el diablo le hizo un sentido dibujo a la luna:

-Dime que ves tú primero:- le dice el pequeño engendro adicto a las palabras de su sueño.

-Veo muchas cosas, primero el ojo de la mitad, que a la vez es un mundo, el tuyo y el mio, veo como que está lleno de agua.- comienza la luna, dispuesta a la nativa de su poesía.

-También veo que el de abajo sí, eres tú... tienes un ala rota, las piernas desvaneciéndose y los pies se unen al otro lado del dibujo… Que lindo, ¿por qué eso?- pregunta con sencillez después de haber identificado casi todos los sentimientos.

-También veo que si la que está en el columpio soy yo...tengo los ojos tapados, ¿por qué?- insiste la hermosa envuelta de negro cielo.

-Porque no quieres ver lo que te digo- le responde como retando la atención de su ama.

-¿Por qué uniste el columpio al otro lado con tus pies?- interroga nuevamente la luna.

-Estás en un columpio como feliz y tranquila pero tienes alas para volar y encontrarte conmigo pero prefieres esa seguridad que a mí me hace pensar y está en mí- le aclara el demonio esquivando la pregunta anterior.

-¿Que te hace pensar?- la luna se invita a la mente del pequeño diablo.

-En cómo hacer para que me veas- le responde con un sutil tono de desesperación ya añeja como en agonía.

-¿Por que llora el ojo?- pregunta la luna vestida de paciencia.

-¡Llora por verte!- le responde sin rodeos en exaltación, como queriendo descubrir lo que ya ampara su desidia.

-¿Qué más tiene qué yo no te haya dicho?- pregunta coqueta y cada vez más hermosa, la curiosidad le hace grande y hoy está llena, realmente bella.

-Tiene muros amorfos y transparentes, estamos fuera de ellos pero el mundo está dentro y la tristeza también, estoy tratando de llegar a ti para sacarte la venda de los ojos, pero tú estás en el columpio que me desintegra, y en medio el mundo que nos separa, mi amor.- le relata el niño diablo su historia de lucha por llegar hasta ella y regalarle la mirada…

-No te vayas- le suplica el caído.

-No me voy- le comenta segura… ¿Cómo ha de irse si su estirpe es de eterna bruja?

Cuentan que se los vio abrazados dibujando en el cielo para siempre, hasta la infinita muerte de todas las estrellas…

EN EL CAPULLO


La espera, la invoca y se confia de un poder tácito; una plegaria prohibida que cobija junto a las sábanas teñidas con el color de su inconfundible aroma el sueño atormentado donde la visita diariamente. Un frío desconsolador es lo que siente al despertar. No siente dolor, alegría ni tristeza, son rezagos punzantes los que se clavan en las sienes de su recuerdo. Mira a su alrederor un lúcido delirio de todas las partes donde su desnudez fundaba ciudades que celebran a diario el único sentido de la vida, la visión más fértil y querida; la de ella. Se levanta y toca en el piano una melodía que vibra con dolor y dulzura, la canción de un juglar psicópata, derrotado y perdido en bosques de incertidumbre que dan frutos envenenados por mentiras y rencores. Un sonido que de la puerta que cruje con el viento le hacen emocionar los ojos, las lágrimas le perforan desde el alma; es ella. La ve como siempre, con amor escondido, muros de dolor y no sabe cuantas estupideces más. Si tan solo supiera que la perdona, que desea tocarla y estremecerla con natural acupuntura pasional para alimentarla y alimentarse de la piel humedecida por el sudor que provoca la unión de sus almas. Se acerca, le sonrié y ella a su vez estira los dedos de los cuales salen hilos de un azúcar irrompible que lo envuelven en un capullo hipnótico; no puede más, la desea, no solo su carne, su espectro la desea. Él estira su brazo para acariciar su pelo con justa devoción y le late el corazón como queriendo salir de su pecho para olvidar que existe. Empieza a sentir un torrente ácido que irriga las venas de su cabeza como derritiéndolas. Una luz muy blanca, una nada pura le corta infamemente la visión. Se desespera, grita y nadie lo escucha, ahora el desierto interior donde él es la única criatura endémica de su fallecer, envuelve el espacio donde habita para caer lentamente en un desmayo que demora siglos de aquel recuerdo donde estuvo a centímetros de tocarla, de sentirla. Envejece a cada segundo infernal para seguir cayendo. Al fin tocará el piso, un alivio le aconseja que lo mejor es aceptarlo, él solloza, no ve nada pero siente cómo no verla irrita líquidamente sus párpados. Casi al llegar al piso funesto y vacío, su voz alcanza a pronunciar el único credo que conoce: El nombre de la hembra majestuosa que lo ha envuelto para alimentarse de él. Un sonido agudo le perfora los tímpanos y lo enloquece, no quiere caer, sigue peleando; aquel nombre lo alimenta, le refresca el morir. Levanta la mano y siente que ella, que no la ve pero sabe que es ella por el veneno que surje de su mano lo acaricia con fervor de agonía y en ese mismo momento logra abrir sus ojos... Son las cuatro de la madrugada y ha tenido ese maldito sueño tres veces seguidas. Siempre al despertar se pregunta lo mismo viendo el cadáver de un insecto negro en la telaraña al filo de la ventana: ¿Dónde está la araña? Jamás la había vuelto a ver... volvió a dormir...