Archivo del blog

viernes, 16 de julio de 2010

EN EL CAPULLO


La espera, la invoca y se confia de un poder tácito; una plegaria prohibida que cobija junto a las sábanas teñidas con el color de su inconfundible aroma el sueño atormentado donde la visita diariamente. Un frío desconsolador es lo que siente al despertar. No siente dolor, alegría ni tristeza, son rezagos punzantes los que se clavan en las sienes de su recuerdo. Mira a su alrederor un lúcido delirio de todas las partes donde su desnudez fundaba ciudades que celebran a diario el único sentido de la vida, la visión más fértil y querida; la de ella. Se levanta y toca en el piano una melodía que vibra con dolor y dulzura, la canción de un juglar psicópata, derrotado y perdido en bosques de incertidumbre que dan frutos envenenados por mentiras y rencores. Un sonido que de la puerta que cruje con el viento le hacen emocionar los ojos, las lágrimas le perforan desde el alma; es ella. La ve como siempre, con amor escondido, muros de dolor y no sabe cuantas estupideces más. Si tan solo supiera que la perdona, que desea tocarla y estremecerla con natural acupuntura pasional para alimentarla y alimentarse de la piel humedecida por el sudor que provoca la unión de sus almas. Se acerca, le sonrié y ella a su vez estira los dedos de los cuales salen hilos de un azúcar irrompible que lo envuelven en un capullo hipnótico; no puede más, la desea, no solo su carne, su espectro la desea. Él estira su brazo para acariciar su pelo con justa devoción y le late el corazón como queriendo salir de su pecho para olvidar que existe. Empieza a sentir un torrente ácido que irriga las venas de su cabeza como derritiéndolas. Una luz muy blanca, una nada pura le corta infamemente la visión. Se desespera, grita y nadie lo escucha, ahora el desierto interior donde él es la única criatura endémica de su fallecer, envuelve el espacio donde habita para caer lentamente en un desmayo que demora siglos de aquel recuerdo donde estuvo a centímetros de tocarla, de sentirla. Envejece a cada segundo infernal para seguir cayendo. Al fin tocará el piso, un alivio le aconseja que lo mejor es aceptarlo, él solloza, no ve nada pero siente cómo no verla irrita líquidamente sus párpados. Casi al llegar al piso funesto y vacío, su voz alcanza a pronunciar el único credo que conoce: El nombre de la hembra majestuosa que lo ha envuelto para alimentarse de él. Un sonido agudo le perfora los tímpanos y lo enloquece, no quiere caer, sigue peleando; aquel nombre lo alimenta, le refresca el morir. Levanta la mano y siente que ella, que no la ve pero sabe que es ella por el veneno que surje de su mano lo acaricia con fervor de agonía y en ese mismo momento logra abrir sus ojos... Son las cuatro de la madrugada y ha tenido ese maldito sueño tres veces seguidas. Siempre al despertar se pregunta lo mismo viendo el cadáver de un insecto negro en la telaraña al filo de la ventana: ¿Dónde está la araña? Jamás la había vuelto a ver... volvió a dormir...

No hay comentarios:

Publicar un comentario